PALABRAS PARA UN 23 DE ABRIL

     Hace unos días, por tener el trabajo con el que me busco la vida, tuve la suerte de visitar un aula de niños de cinco años. En la moderna pizarra digital, se proyectaba la imagen fija del retrato de nuestro escritor más universal. Con impostada cara de extrañeza, pregunté a los niños quién era y, casi al unísono, respondieron en vendaval ¡Miguel de Cervantes! Sobre la parte superior de una librería que estaba junto al moderno encerado, se encontraba entreabierto, en sus primeras páginas, un librito que, tras dirigirle someramente la mirada, provocó otro torrente de voces simultáneas y joviales: ¡Don Quijote de la Mancha! y … ¡Sancho Panza!. Tras cogerlo, provoqué una pose de exaltación y sobrecogimiento posterior, que me permitió leerles las dos primeras páginas, gozando del silencio necesario.

     La complicidad, expresada en las caras atentas de esos niños al escuchar los primeros vocablos, algunos de ellos tan lejanos a sus vivencias diarias, de esa versión adaptada del que consideramos el libro total, sólo puede explicarse por la atracción, con altas dosis de seducción, que pueden llegar a tener las palabras. En la lectura reciente de un artículo aparecía una cita de Octavio Paz, que decía: “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento. (…) No podemos escapar del lenguaje.” Con toda humildad, añadiríamos a las palabras del insigne poeta: no queremos escapar del lenguaje. Los niños de esa clase, no sólo no querían escapar de las palabras, sino que parecían sentirse confortablemente atrapados por ellas.

     Las aulas son territorios privilegiados para las palabras. En las que éstas deben ser mimadas, exploradas a través de su historia, agrupadas para darle sentido al mundo, sentidas y valoradas para que doten a nuestras vidas de una ética confortable. Cada palabra es una ventana que se abre y, mezclada con otras, un camino que se extiende, que transitamos, por el que corremos aventuras. Miguel de Cervantes y Saavedra, puede haber sido el más grande creador de peripecias, quizás en eso estribe su éxito y su pervivencia. Aprovechando la efeméride que conmemoramos estos días, invitamos a todos los que tienen la suerte de convivir con los niños, los adolescentes y los jóvenes, a que compartan las aventuras hechas de palabras que corrieron ese Hidalgo y su fiel escudero. Puesto que privarles de las mismas, supondrá que no lleguen a saber quiénes son realmente y, posiblemente, a que nosotros tampoco sepamos quiénes somos.

JOSÉ MARÍA PÉREZ JIMÉNEZ

PEDRO E. GARCÍA BALLESTEROS

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